El dólar sube, el peso baja. El argentino se desespera. ¿Se desespera porque le sale más caro ir a New York y a París? Seguramente alguno sí. Claro que aquel que exporta no desespera por eso. Tampoco se preocupa por esto aquel que se encuentra del otro lado de la balanza.
Es que, más allá de aquel que se preocupa porque es más oneroso viajar al exterior, el dólar es el índice que los argentinos seguimos para medir nuestra economía, y es que si esa moneda sube, cuando en realidad la que baja es la nuestra, esto se traduce en el aumento de los valores de los productos en todas las góndolas de los supermercados (incluyendo los productos de la canasta básica).
Baja nuestra moneda por la sencilla razón de que nosotros no creemos ella, y cómo creer en ella si nosotros no creemos en los argentinos. ¡No creemos en los argentinos! ¿No creemos en nosotros mismos? No, claro que no lo hacemos.
Para cambiar realmente debemos modificar lo que pensamos sobre nosotros mismos, y no solo valorar el país cuando no estamos en él. Dice Carlos Nino que “… cuando los argentinos nos quejamos del país –una actividad a la que nos entregamos con frenesí cuando estamos en él, y que abandonamos tan pronto transponemos sus fronteras para adoptar una imagen extraordinariamente idealizada de la Argentina –nos debemos quejar de nosotros mismos, de nuestras cualidades individuales y colectivas”[1].
Es complicado revertir esto, muy complicado. Cómo hacerlo cuando el actual gobierno, para llegar a la posición donde se encuentra, incluyó una batería de proyectos dignos de una novela de Neil Gaiman[2] (se llegó a anunciar que se llegaría a la “Pobreza Cero”[3]), y más que nada insistió en que eliminaría “la grieta”[4] que nos dividía. Hubiera sido un punto crucial, y es esta la real salida que necesitamos. No obstante, claro está que la hipótesis de la existencia del enemigo es lo más beneficioso para ambos bandos, colocándose a ellos mismos en el ring, evitando que todo otro potencial luchador pueda subir al mismo. Al principio el actual gobierno despreció todas las políticas del anterior y hoy, ante la complicada situación, recurre a las mismas (AUH, precios cuidados).
Esta estrategia política, cual TEG, de ambos bandos, no provoca más que la caída estrepitosa de los argentinos en esa grieta que no deja de abrirse. Ni Mauri, ni Cris perderán esta guerra, solo nosotros (a quienes usan para sus fines) perderemos. Estamos fanatizados por uno u otro bando, y ninguno de los dos piensa siquiera un segundo en nosotros, solo en ellos.
Parece de una película de los hermanos Marx o de Charles Chaplin, escuchar a un Presidente cuya procedencia es de una de las familias más poderosas del país, que pida al resto que no se acostumbre a vivir con comodidades, y que ello es toda una fantasía. Cabe preguntarle si él por sus derechos hereditarios (o divinos) sí puede gozar de dicho confort. Que nos diga que eso lo entristece no nos complace, claro que queremos vivir bien y para ello lo elegimos como coordinador y administrador de los bienes comunes o públicos, no para que le pese no poder generar las condiciones para un buen porvenir. No nos importa que “El presidente está triste porque no puede pagar buenos sueldos a docentes, ni a médicos ni a choferes; tuvo que pedir prestado para que vuelen divisas y, bueno, pagar la deuda para poder pedir más y entonces pagar la deuda hasta que un día no tenga más déficit la nación.” [5]
De lo que claramente él no se da cuenta es que eso solo le genera más enojo a aquellos que también tienen el mismo derecho que él, solo que no han podido nacer en la familia de Franco Macri, quien dijo de su propio hijo: “tiene la mente de un presidente, pero no el corazón”[6].
Por otro lado, esto tampoco borra el hecho de que el entramado del “cuadernos gate” sea algo altamente perjudicial y crítico para nuestra sociedad. Ver tan claramente el entretejido de coimas y corrupción en la contratación de la obra pública, implica algo gravísimo en relación a cómo se perjudico al resto de la sociedad por sobreprecios, o adjudicaciones a quienes no estaban en condiciones de llevar a cabo las obras, con las consecuencias que ello conlleva.
Claramente los partícipes deberán responder por sus actos y ser juzgados por una institución judicial, sostengo que las instituciones son muy buenas en la teoría, pero lamentablemente la integramos seres humanos y la justicia no escapa a ello por lo que también posee claros y graves problemas estructurales en su funcionamiento. Tampoco hay que creer cuando nos dicen que “si devuelven lo que robaron” nos convertiríamos mágicamente en un país nórdico (eso es una falacia). Claro que debemos recuperar aquello que obtuvieron en perjuicio del Estado, pero lo que realmente debemos lograr es cambiar nuestras costumbres y revertir el hecho de que “el que no afana es un gil”[7] para poder así recobrar la confianza de todos, así como ser más hábiles en un contexto regional (en el que en algún momento avanzamos) y macroeconómico global.
Hace días hemos descubierto algo de lo que no teníamos idea. No sabíamos que se pagaban coimas en la obra pública. Somos tan hipócritas que nos hacemos los sorprendidos, claro que hay coima en la obra pública, y también la hay hasta para no pagar una multa de tránsito. La magnitud del delito solo hará a la graduación del castigo, pero así sea robar un peso (¡y con lo poco que vale!) aún configura una acción tipificada por el código penal.
La corrupción es un problema estructural de todos nosotros y hasta que no aceptemos eso y decidamos que queremos modificarlo es obvio que nada cambiará.
No somos solo los políticos, la financiación en negro (que tampoco sabíamos que existía hasta ayer) de las campañas la hacen los privados (seguramente porque comparten los “ideales” de los candidatos).
Ojalá algún día apoyemos a representantes no solo porque ellos puedan hacernos vivir mejor, sino por su potencial para generar una sociedad donde todos tengamos la posibilidad de vivir mejor.
La decisión está en si queremos vivir en mansiones (sabemos que solo algunos pocos podrán hacerlo, y jamás somos nosotros) o aceptamos vivir todos dignamente y con posibilidades de crecer para quizás en un futuro cercano ir teniendo un piso de igualdad, y de a poco vivir cada vez mejor y con comodidades, y hasta quizás con mansiones para una gran mayoría.
Es nuestra decisión seguir combatiendo entre nosotros, queriendo salvarnos solos o realmente buscar aquello que la democracia nos prometió en su renacer.
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